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Jordania

EL VIAJE DE LUDWIG BURCKHARDT

A principios del siglo XIX, Ludwig Burckhardt cruzó desiertos y fronteras ocultando su identidad bajo ropajes ajenos, siguiendo rumores que hablaban de una ciudad perdida entre las montañas. Más de dos siglos después, su travesía inspira esta propuesta.

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LOS MEJORES MOMENTOS DE ESTE VIAJE

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Deja que Tito Vivas te acompañe en un viaje inspirado en Ludwig Burckhardt, explorando Petra, el desierto y las huellas ocultas de la historia nabatea.

Descubre Jordania junto a Tito Vivas

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Sigue la ruta ancestral hasta Gebel Haroun, el legendario descanso de Aarón, en una caminata entre paisajes espectaculares y un legado milenario.

Asciende hasta la tumba de Aarón

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Comparte un almuerzo en una tumba nabatea con beduinos que aún habitan la zona, disfrutando de su cultura, tradiciones y la magia del desierto.

Vive la hospitalidad beduina en Petra

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Más allá de flotar en sus aguas salinas, descubre manantiales termales ocultos donde el agua brota entre rocas y paisajes de otro mundo.

Sumérgete en los manantiales del Mar Muerto

Burckhardt y la ciudad redescubierta

A lomos de un nombre falso, Burckhardt fue el primero en alcanzar la tumba de Aarón antes de revelar al mundo la ciudad oculta de Petra. Siguiendo su ruta, cruzamos desiertos y gargantas donde la historia aún murmura entre caravanas perdidas y santuarios.

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DÍA 1

ORIGEN - AMMAN

A la hora señalada, comienzo del viaje hacia Oriente, con vuelo directo a Ammán, la antigua Philadelphia de los decálogos helenísticos, hoy capital de un reino que custodia los vestigios de civilizaciones milenarias. A la llegada, recepción y traslado privado al alojamiento, donde la noche ofrece el primer descanso antes de adentrarse en las rutas que atraviesan la historia de Jordania.

DÍA 2

PELLA - UM QAIS - AMMAN

Tras el desayuno, la ruta se adentra en las tierras del norte para alcanzar Pella, uno de los enclaves más antiguos y codiciados de la región. Integrada en época helenística dentro de la Decápolis —la confederación de diez ciudades que marcaron la frontera oriental del Imperio Romano—, Pella fue testigo del tránsito de pueblos y culturas que dejaron su huella en templos, murallas y foros. Hoy, sus ruinas dispersas entre colinas permanecen como un vasto escenario arqueológico donde el pasado sigue emergiendo a cada paso, en un diálogo ininterrumpido entre la piedra y el tiempo.

Más adelante, el camino conduce hasta Gadara, conocida hoy como Umm Qais. Desde su posición elevada, dominando el valle del Jordán y las aguas lejanas del mar de Galilea, Gadara fue célebre por su efervescencia cultural. Poetas, retóricos y filósofos hallaron en sus calles inspiración, al punto de ser nombrada “una nueva Atenas” por quienes vieron en ella un faro intelectual en los límites del mundo romano. Entre sus vestigios sobresalen los restos de dos teatros, una calzada porticada y una terraza abovedada, testigos silenciosos de los días en que Gadara acogía debates y obras dramáticas frente al horizonte bíblico donde, según la tradición, tuvo lugar el célebre milagro de los cerdos.

Al final del día, regreso a Ammán y alojamiento, mientras la noche cae sobre las mismas rutas que durante siglos unieron imperios, ejércitos y creencias.

DÍA 3

JERASH - AJLOUN - AMMAN

Hoy la ruta avanza hacia el norte, hasta Jerash, la antigua Gerasa, uno de los enclaves romanos mejor preservados del Próximo Oriente y conocida, con justicia, como la “Pompeya de Oriente”. Fundada entre colinas fértiles, su trazado aún revela la grandeza de una ciudad que floreció al amparo del Imperio, entre foros monumentales y templos consagrados a los dioses de Roma. En torno a su arteria principal, el Cardo, desfilan sin descanso columnas infinitas, mientras emergen los restos del Teatro Sur, el Templo de Zeus y el Ninfeo, sin olvidar el imponente Arco de Adriano, levantado en honor al emperador durante su paso por estas tierras. Aún resisten también los mosaicos que decoran las catorce iglesias bizantinas de la ciudad, testigos de la transformación espiritual que vivió Gerasa en los últimos días de su esplendor.

El viaje prosigue hacia las cumbres boscosas del oeste, donde se alza Qalaat al Rabad, el castillo de Ajloun. Erigida en el siglo XII por orden de Saladino, esta fortaleza se convirtió en pieza clave dentro de la red defensiva que protegía las rutas comerciales y contenía el avance cruzado. En sus estancias y murallas aún resuena la memoria de los ejércitos que cruzaron estas fronteras, y sus formas, sobrias y poderosas, sirvieron de inspiración a Lawrence de Arabia, quien estudió sus estructuras como parte de sus trabajos sobre la arquitectura militar islámica.

Al término de la jornada, regreso a Ammán para el descanso, mientras los caminos de Roma y del islam medieval se desvanecen entre las luces de la ciudad moderna.

DÍA 4

AZRAQ - AMMAN

Comienza la travesía hacia el desierto oriental, donde aguarda el Oasis de Azraq, última frontera verde antes de las vastas tierras basálticas. Habitado desde tiempos remotos, como prueban las herramientas paleolíticas halladas en sus alrededores, Azraq fue punto estratégico de rutas comerciales y escenario de fortificaciones romanas, como atestigua el altar dedicado a Diocleciano, fechado a finales del siglo III d.C.

En el corazón del oasis se alza el fuerte de Azraq, inmortalizado por T. E. Lawrence, quien lo describió como un enclave suspendido entre la historia y el mito, cargado de memorias de reyes pastores, legionarios romanos y dinastías olvidadas. Allí pasó el invierno de 1917, entre paredes frías y tejados que filtraban la lluvia, mientras planificaba la revuelta árabe y relataba, en Los Siete Pilares de la Sabiduría, las noches inquietas marcadas por aullidos lejanos y ecos de tiempos legendarios.

De regreso a Ammán, la jornada concluye con una parada en la antigua estación ferroviaria, donde aún permanece intacta una locomotora de época victoriana. Este tren, que en otro tiempo llevó peregrinos hacia La Meca y abastecimientos a las guarniciones otomanas, formó parte de los objetivos de la Gran Revuelta Árabe y hoy sobrevive como vestigio de un conflicto que transformó Oriente Medio para siempre.

Cena y alojamiento en Ammán.

DÍA 5

AMMAN

Sobre un conjunto de colinas que separan el desierto del fértil valle del Jordán, Amman despliega su historia como un mosaico de épocas superpuestas. Antigua y moderna a partes iguales, la capital del reino hachemita conserva en sus alturas los vestigios de un pasado que atraviesa milenios. En el corazón de la ciudad, la Ciudadela domina el paisaje desde tiempos remotos, asentada sobre la antigua Rabbath-Ammon, cuyos restos revelan la huella sucesiva de romanos, bizantinos y califas omeyas. Desde su cima, la vista se extiende sobre la ciudad contemporánea, recordando que, en Amman, pasado y presente coexisten sin interrupción.

Entre los testimonios que resisten al paso del tiempo destaca el Palacio Omeya, construido entre los años 720 y 750 d.C., con su monumental acceso cruciforme que abre paso a patios y avenidas de columnas. No lejos de allí, el Templo de Hércules, erigido durante el gobierno de Marco Aurelio, aún conserva fragmentos colosales de su arquitectura, mientras que la cercana iglesia bizantina, datada entre los siglos VI y VII, guarda las últimas huellas del cristianismo primitivo que se extendió por estas tierras.

La ruta continúa hasta el Teatro Romano, excavado en el siglo II d.C. sobre la ladera de una de las colinas de la ciudad. Concebido para albergar a más de 6.000 espectadores, su acústica y geometría desafían los siglos: aún hoy, desde las gradas más altas —las que en tiempos se conocían como “Los Dioses”— se escucha con nitidez la voz que surge del escenario, como si el eco de las tragedias y celebraciones antiguas persistiera entre sus muros.

Al término del día, regreso al alojamiento en Amman, mientras la ciudad despliega sus luces sobre los mismos caminos que, desde hace milenios, cruzan caravanas, imperios y peregrinos.

DÍA 6

MADABA - MONTE NEBO - AMMAN

La jornada se despliega hacia el sur, donde la historia resurge entre piedras y mosaicos. Madaba, conocida como la Ciudad de los Mosaicos, conserva algunos de los testimonios más excepcionales del arte bizantino y omeya. En la iglesia ortodoxa de San Jorge descansa su obra más célebre: el mapa de Madaba, elaborado en el siglo VI, que representa con minucioso detalle Jerusalén, Tierra Santa y hasta las aguas del Nilo. Considerado la cartografía más antigua de la región que ha llegado hasta nuestros días, este mosaico no es solo una guía del mundo antiguo, sino un relato visual de fe, poder y memoria.

Desde Madaba, la ruta asciende hasta la cima solitaria del Monte Nebo. Azotado por los vientos y abierto a los horizontes del valle del Jordán, del mar Muerto y de las colinas de Jerusalén, este es el lugar donde, según la tradición, Moisés contempló la Tierra Prometida sin llegar jamás a pisarla. Aquí terminó su camino y aquí, oculta por el tiempo, se perdió su tumba. Los relatos más antiguos sugieren que fue también en estas alturas donde el profeta Jeremías habría escondido el Arca de la Alianza, la Tienda del Encuentro y el Altar del Incienso, sellando el monte como guardián silencioso de los objetos sagrados del Antiguo Testamento.

La jornada culmina entre las ruinas de Makawir, la fortaleza que corona las colinas de Herodes el Grande. Desde sus murallas, el hijo del rey, Herodes Antipas, ordenó la ejecución de Juan Bautista, tras la célebre danza de Salomé. Entre los restos de torres y murallas, aún resuenan los ecos de aquella noche decisiva, donde la política, la fe y la traición se entrelazaron para sellar uno de los episodios más oscuros de la historia bíblica.

Al final del día, regreso a Amman y alojamiento, mientras el eco de profetas y reyes parece seguir acompañando el camino.

DÍA 7

UM RASAS - KERAK - PETRA

La jornada comienza rumbo a Um Rasas, ciudad mencionada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Fortificada por los romanos y embellecida siglos más tarde por comunidades cristianas que, incluso bajo dominio omeya, siguieron dejando su huella a través de magníficos mosaicos bizantinos. Entre sus ruinas emergen iglesias, patios, pozos y arcos de piedra que desafían el paso del tiempo. Excavaciones recientes han devuelto a la luz algunos de los pavimentos musivos más notables del Próximo Oriente, donde escenas cotidianas, figuras y geometrías trazan el pulso olvidado de la vida en la frontera del desierto.

La ruta avanza hacia el sur hasta alcanzar Kerak, bastión cruzado erguido sobre la Ruta de los Reyes. Desde sus murallas, los señores francos gobernaron el tránsito de caravanas y mercancías durante más de un siglo, resistiendo asedios y campañas hasta su caída definitiva. Construida en 1142, la fortaleza despliega aún su red de galerías subterráneas, salas encajonadas entre gruesos muros y pasadizos ocultos, diseñados para sostener el asedio y prolongar la defensa. Entre sus piedras sobrevive la memoria de aquellos años convulsos en los que Kerak fue clave en la lucha por el dominio de Tierra Santa.

Al final de la jornada, las arenas conducen hasta Little Petra, o Siq al-Barid, puerta menor de la capital nabatea. A través de un desfiladero angosto se accede a este enclave que fue, en tiempos, escenario de festividades y rituales. Entre templos, cisternas y tumbas excavadas en la roca, permanecen los restos de frescos únicos que representan vides y racimos, testimonio del papel de Beida como centro de producción vinícola del reino. El sofisticado sistema hidráulico nabateo, con sus canales tallados y depósitos excavados en la roca, revela aún hoy la maestría con que dominaron un entorno hostil y seco, haciendo florecer la vida allí donde parecía imposible.

Al término del día, llegada a Petra y alojamiento, mientras la ciudad perdida aguarda, oculta entre montañas, el momento de revelar sus secretos.

DÍA 8

PETRA

La jornada se consagra a Petra, ciudad esculpida en la piedra y envuelta en leyendas. Tras el desayuno, comienza el acceso a este santuario oculto entre montañas, donde los ecos de antiguos pueblos aún resuenan en cada desfiladero. Fundada sobre asentamientos edomitas y elevada a capital del reino nabateo en el siglo III a.C., Petra emergió como un refugio inexpugnable, protegida por un paisaje indómito que mantuvo alejados durante siglos a ejércitos y conquistadores. No fue hasta el año 106 d.C. cuando Roma logró someterla, incorporándola a su imperio, aunque sin despojarla nunca del misterio que la rodea.

Los mitos hablan de artes mágicas y pactos secretos, pero fueron el ingenio y la adaptación al desierto lo que permitió a los nabateos prosperar. Herederos de antiguas rutas caravaneras, dominaron el arte de capturar y almacenar agua en cisternas ocultas, haciendo florecer la vida en medio de un territorio hostil. En su apogeo, Petra fue cruce de caminos y fortaleza, centro de comercio y cultura, donde la piedra se convirtió en obra maestra y refugio eterno.

El recorrido comienza atravesando el Siq, un desfiladero angosto y serpenteante, donde los acantilados parecen cerrarse sobre el viajero hasta revelar, de pronto, la imagen del Tesoro, Al-Khazneh, una de las fachadas más perfectas y célebres de la Antigüedad. Desde allí, el camino se despliega por templos y tumbas, teatros excavados en la roca y santuarios olvidados: el Teatro Romano, las Cortes, Qasr Bint Pharaoun, el Templo del León Alado y otros monumentos que aún guardan la memoria de quienes habitaron este enclave legendario.

A mediodía, el almuerzo se sirve en el interior de una de las cuevas originales, aún conservadas como morada familiar, donde la piedra continúa siendo techo y refugio, igual que lo fue hace siglos.

Petra requiere tiempo, mirada y pausa. Por ello, el día se entrega por completo a recorrer sus senderos, a escuchar el rumor del viento entre las grietas y a descubrir cómo cada roca conserva la huella de los sueños nabateos.

Al final de la jornada, regreso al alojamiento en Petra, mientras la ciudad oculta regresa, poco a poco, a su silencio de piedra y arena.

DÍA 9

JEBEL HAROUN - WADI RUM

Antes del amanecer, cuando el aire aún es frío y las primeras luces apenas insinúan los contornos del desierto, comienza la marcha hacia Jabal Haroun, la cima más elevada de las montañas de Petra. Según la tradición, es aquí donde descansan los restos del profeta Aarón, hermano de Moisés, en un santuario solitario que vela, desde lo alto, las rutas milenarias de los antiguos peregrinos.

El ascenso parte desde las afueras del poblado beduino de Umm Sayhoun. El sendero, apartado de las rutas más transitadas, atraviesa colinas rojizas y valles en silencio, donde solo el viento y el eco lejano de algún rebaño acompañan la marcha. Sin prisa, pero ganando altura de forma constante, la travesía serpentea entre formaciones de roca desnuda que parecen resistirse al paso del tiempo.

Tras algo menos de dos horas y media de camino, la cima se revela. A 1.350 metros de altitud, sobre un mar infinito de piedra, se alza el mausoleo de Aarón: una sencilla estructura blanca, suspendida entre cielo y tierra, donde el silencio adquiere forma y el horizonte se extiende sin límites. Al norte, las montañas ocultan Petra; al sur, las primeras arenas de Wadi Araba anuncian el inicio de otro desierto. Todo invita a la quietud, a detenerse y contemplar, como si desde allí aún se pudiera escuchar la voz de los profetas que atravesaron estas tierras.

Finalizada la estancia en la cumbre, el regreso sigue la misma senda, ahora descendiendo entre laderas que, bajo la luz plena del día, ofrecen una nueva lectura del paisaje. De vuelta en Umm Sayhoun, una breve pausa permite reponer fuerzas antes de continuar la ruta hacia el sur.

El camino prosigue por carretera en dirección a Wadi Rum. Durante el trayecto, el paisaje se abre, cruzando aldeas dispersas y llanuras infinitas, hasta que, poco a poco, las primeras torres de arenisca emergen sobre el horizonte, anunciando la llegada a uno de los escenarios más sobrecogedores de Jordania.

Por la tarde, el campamento recibe al viajero justo cuando el sol comienza su descenso, tiñendo de dorado y rojo los cañones y formaciones rocosas que han visto pasar reyes, caravanas y ejércitos. La noche aguarda con una cena beduina bajo las estrellas, mientras el silencio del desierto prepara el camino para las aventuras que habrán de llegar.

DÍA 10

WADI RUM - AMMAN

El alba despierta sobre Wadi Rum al ritmo grave de los tambores beduinos, cuyo eco resuena entre montañas de piedra roja mientras el aroma del té de hierbas se eleva desde las brasas encendidas. Bajo los primeros destellos dorados del sol, el desierto cobra vida en una sinfonía de ocres, naranjas y escarlatas que envuelven el horizonte. En el campamento, el desayuno marca el inicio de la última travesía por estas tierras silenciosas y eternas.

A bordo de vehículos 4x4 conducidos por los beduinos de la región, la ruta se adentra en el corazón de Wadi Rum, donde la arena cubre antiguos senderos y las paredes de las montañas narran historias olvidadas. En sus superficies erosionadas sobreviven inscripciones tamúdicas, textos nabateos, griegos y árabes, junto a escenas de caza grabadas hace milenios, testigos silenciosos del paso de pueblos nómadas, caravanas y ejércitos. Entre cañones y mesetas, el desierto revela no solo su belleza abrumadora, sino también la memoria de quienes habitaron y cruzaron estas tierras cuando aún no existían fronteras.

Al término de la exploración, el regreso a Ammán cierra la jornada. La capital vuelve a recibir al viajero tras el tránsito por las arenas donde los mitos de Lawrence, los nabateos y los antiguos reyes pastores siguen latiendo, ocultos bajo cada piedra del desierto.

DÍA 11

AMMAN - ORIGEN

A la hora indicada, traslado al aeropuerto de Ammán. Concluye así el viaje por las tierras antiguas de Jordania, donde cada desierto, ciudad y fortaleza ha ofrecido fragmentos de una historia que aún perdura entre piedras, leyendas y silencios. El regreso comienza mientras Oriente queda atrás, transformado ya en memoria.

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