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Nepal - Tíbet

SIETE AÑOS EN EL TIBET

Entre las montañas de Nepal y las llanuras del Tíbet, esta expedición sigue los pasos de Heinrich Harrer para revivir uno de los grandes viajes del siglo XX. Un recorrido por paisajes sagrados y ciudades prohibidas, donde la historia, la aventura y la esp

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LOS MEJORES MOMENTOS DE ESTE VIAJE

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Déjate acompañar por Tito Vivas en una travesía única por los paisajes sagrados del Himalaya, explorando monasterios, ciudades legendarias y rutas de peregrinación milenarias.

Explora Nepal y Tíbet con Tito Vivas

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Sumérgete en la espiritualidad tibetana asistiendo a un ritual monástico, donde cánticos, tambores y plegarias envuelven el ambiente en una energía ancestral.

Participa en un ritual budista en un monasterio

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Sigue los pasos de generaciones de devotos que han recorrido Lhasa, la joya del Tíbet, donde la historia y la espiritualidad se entrelazan en cada rincón.

Asciende hasta la ciudad sagrada de Lhasa

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Saborea el té con mantequilla de yak, una bebida imprescindible en la cultura tibetana, ideal para combatir el frío y adaptarse a la altitud.

Descubre el auténtico sabor del Tíbet

El eco de las cumbres

Atravesando valles ocultos y cordilleras infinitas, revive la aventura que inspiró Siete años en el Tíbet. De Katmandú a Lhasa, un viaje entre monasterios, palacios y cumbres sagradas, donde la historia aún se confunde con la leyenda

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DÍA 1

ORIGEN - CIUDAD DE ENLACE

A la hora prevista, inicio de la travesía hacia Kathmandú, la mítica puerta de entrada al Himalaya. Desde tiempos remotos, esta ciudad ha sido un crisol de culturas, un punto de encuentro para mercaderes, peregrinos y exploradores. Noche a bordo, rumbo a la tierra que cautivó a Heinrich Harrer y que ha desafiado a viajeros de todas las épocas.

DÍA 2

CIUDAD DE ENLACE - KATHMANDÚ

Llegada al aeropuerto internacional de Kathmandú, el corazón palpitante de Nepal y antiguo refugio de reinos legendarios. Enclavada estratégicamente en un valle fértil, entre los ríos Bagmati y Vishnumati, esta ciudad ha sido testigo del auge y caída de dinastías, del tránsito de peregrinos y comerciantes en la Ruta de la Seda, y del espíritu indomable de los exploradores que la convirtieron en su destino. Traslado al hotel. Cena y alojamiento en la mística capital del Himalaya.

DÍA 3

KATHMANDÚ

Con el amanecer sobre el Himalaya, la jornada comienza con la exploración de los vestigios de antiguas dinastías en la Durbar Square de Kathmandú, epicentro del poder y la devoción durante siglos. Sus más de 50 monumentos, muchos de ellos erigidos en la época de los reyes Malla, narran la historia de una ciudad que fue el corazón de un reino. Entre sus estructuras más enigmáticas destaca el Kumari Bahal, hogar de la Royal Kumari, la mística Diosa Viviente, considerada una encarnación terrenal de la feroz diosa Durga. En las inmediaciones, el Palacio Real resguarda el patio Nassal Chowk, donde antaño se celebraban danzas rituales y donde hoy los reyes Shah son coronados. Majestuosos templos como el Jagannath Mandir, con sus inscripciones en múltiples lenguas, y el Telaju Mandir, santuario de la poderosa Taleju Bhawani, patrona de la realeza, evocan el esplendor y el misticismo de una civilización que aún respira en sus calles.

Desde las alturas de la ciudad, el Swayambhunath, el santuario más antiguo del valle, contempla impasible el devenir del tiempo. Su estupa dorada, brillante entre la frondosa colina, ha sido un faro espiritual desde el siglo V, aunque sus raíces podrían remontarse a tiempos aún más remotos. Guardianes de piedra, banderas de oración ondeando al viento y la mirada eterna de Buda en su cúpula lo convierten en uno de los lugares más sobrecogedores de Nepal.

Tras el almuerzo, la expedición continúa hacia Patan, una ciudad que en el pasado fue un reino independiente y que aún conserva su esencia a orillas del Bagmati. En su Durbar Square, la arquitectura newari alcanza su máxima expresión, con templos dedicados a Shiva, Krishna, Ganesh y Vishnu, visitados por devotos que mantienen viva la tradición. En el extremo norte de la plaza, un antiguo grifo restaurado sigue en funcionamiento, abasteciendo a generaciones de mujeres que acuden a llenar sus cántaros, perpetuando costumbres milenarias. El Palacio Real, con sus patios ornamentados, columnas esculpidas y baños rituales, se erige como uno de los conjuntos arquitectónicos más fascinantes del valle.

Al finalizar la jornada, regreso a Kathmandú, donde la noche envuelve la ciudad en un aura de misterio y espiritualidad. Cena y alojamiento.

DÍA 4

KATHMANDÚ – NAGARKOT

Con el despertar de la ciudad, la jornada se adentra en los recovecos más sagrados de Nepal, donde hinduismo y budismo se entrelazan en una danza de fe y devoción ancestral.

La primera parada es Pashupatinath, el santuario hindú más venerado del país y uno de los grandes templos dedicados a Shiva en el subcontinente indio. A orillas del sagrado Bagmati, el templo se erige como un centro espiritual donde la vida y la muerte conviven en una misma realidad. Desde tiempos inmemoriales, peregrinos, ascetas y sacerdotes han recorrido sus pasillos y ashrams, donde el sonido de los mantras se entremezcla con el crepitar de las piras funerarias en los ghats de cremación. Aunque una inscripción lo data en el año 477, la historia de este enclave se sumerge aún más en el pasado, sugiriendo que su origen podría remontarse más de un milenio antes.

Más adelante, la monumental estupa de Boudhanath se alza como uno de los emblemas budistas más imponentes de Nepal y del mundo. Con más de 100 metros de diámetro, su estructura domina el paisaje urbano, rodeada por monasterios tibetanos, ruedas de oración y un incesante flujo de devotos que recitan mantras mientras caminan en círculos a su alrededor. Se dice que en su interior reposan las reliquias de Buda Kasyapa, otorgándole un aura de santidad inigualable. Su historia, envuelta en leyendas, la sitúa en el siglo V, aunque su verdadero origen sigue siendo un misterio. Durante siglos, ha sido un faro espiritual para la comunidad tibetana, que encuentra en su presencia un refugio de fe y resistencia cultural.

Antes del almuerzo, se ofrece la posibilidad de visitar una de las escuelas del Bamboo Schools Project, una iniciativa que lucha contra el analfabetismo y el trabajo infantil en Nepal, ofreciendo educación a niños de familias tibetanas en situación de extrema vulnerabilidad. En un país donde más del 50% de la población es analfabeta, esta labor representa una oportunidad crucial para romper el ciclo de la pobreza y construir un futuro más justo.

Por la tarde, la ruta se dirige a Nagarkot, un enclave privilegiado en lo alto de las montañas. Desde sus alturas, el sol desciende lentamente sobre el horizonte, tiñendo de tonos dorados la silueta del Himalaya. Un espectáculo que, como tantos otros en estas tierras, parece anclado en la eternidad.

Traslado al hotel. Cena y alojamiento.

DÍA 5

NAGARKOT – KATHMANDÚ

Con las primeras luces del alba, el horizonte se tiñe de tonos dorados sobre las cumbres del Himalaya. Desde Nagarkot, la contemplación del amanecer se convierte en un espectáculo de majestuosidad absoluta, donde la inmensidad de las montañas parece desafiar el tiempo.

Tras el desayuno, el viaje de regreso a Kathmandú conduce a una de las joyas mejor preservadas del valle: Bhaktapur Durbar Square. Cruzar sus puertas es adentrarse en un mundo de armonía arquitectónica, donde el esplendor de la civilización newar se revela en cada rincón. Entre sus tesoros, el imponente Palacio de las 55 Ventanas, construido en 1754 durante el reinado de Bhupatindra Malla, domina la escena con su ornamentación exquisita. En su interior, la Galería Nacional de Arte resguarda siglos de historia visual, mientras que su entrada, la legendaria Sunko Dhoka o Puerta Dorada, es considerada una de las más bellas expresiones del arte en repujado de todo Nepal. Frente a esta obra maestra, una constelación de templos de distintas épocas y estilos rinde tributo al fervor religioso y cultural de la antigua capital.

Tras la exploración del corazón de Bhaktapur, la jornada se adentra en la vida cotidiana nepalí con un almuerzo en una casa local, una oportunidad única para compartir historias y costumbres con quienes mantienen vivas las tradiciones de este histórico enclave.

De regreso a Kathmandú, la tarde queda libre para perderse entre sus calles, sumergirse en el bullicio de sus bazares o simplemente absorber la energía de una ciudad donde pasado y presente convergen sin límites.

Cena y alojamiento.

DÍA 6

KATHMANDÚ – LHASA

Por la mañana, traslado al aeropuerto para embarcar en el vuelo con destino a Lhasa, la legendaria ciudad sagrada del Tíbet. Desde las alturas del Himalaya, la travesía aérea ofrece una perspectiva única de un paisaje que durante siglos ha sido inaccesible para muchos.

Tras el aterrizaje en el aeropuerto de Googger, el trayecto por carretera hacia la ciudad se adentra en la vastedad de la meseta tibetana, donde el horizonte parece infinito y el aire se vuelve más ligero. A más de 3.600 metros sobre el nivel del mar, la llegada a Lhasa marca el inicio de una inmersión en una cultura milenaria, donde monasterios, palacios y plegarias al viento evocan el peso de su historia sagrada.

El resto del día estará dedicado a la aclimatación a la altitud, un tiempo necesario para asimilar el cambio y prepararse para los días venideros. Cena y alojamiento en Lhasa.

DÍA 7

LHASA

La jornada se adentra en el corazón espiritual del Tíbet con la visita a tres de sus monumentos más emblemáticos, testigos de la grandeza arquitectónica y la profundidad de su tradición budista.

Dominando la ciudad desde la colina Roja, el Palacio de Potala se alza como un símbolo imperecedero del poder y la espiritualidad tibetana. Construido en el siglo VII como retiro de meditación para el rey Songtsen Gampo tras su matrimonio con la princesa Wenchen de la dinastía Tang, su verdadera transformación llegó en el siglo XVII bajo el Quinto Dalai Lama, quien lo convirtió en el epicentro político y religioso del Tíbet. Su estructura colosal, con trece niveles que alcanzan los 117 metros de altura, combina el Palacio Blanco, sede administrativa, y el Palacio Rojo, dedicado al estudio y la oración. La cúpula dorada de su cima brilla sobre un edificio erigido en piedra y madera, concebido no solo como residencia, sino como testamento de la grandeza del linaje de los Dalai Lamas.

Desde la solemnidad del Potala, la travesía continúa hasta el Monasterio de Drepung, enclavado a los pies del monte Ganpoi Uze, a cinco kilómetros de Lhasa. Fundado en 1416 por Jamyang Choje, discípulo de Tsongkhapa, este monasterio llegó a albergar hasta 7.700 monjes, convirtiéndose en el más grande del Tíbet. Su inmensidad alberga innumerables manuscritos, tesoros artísticos y reliquias sagradas que narran la historia de la escuela Gelugpa, la orden monástica reformadora que guió el destino religioso del Tíbet.

Por la tarde, la ruta conduce al Norbulingka, el Jardín de la Joya, un vasto parque de 360.000 metros cuadrados a orillas del río Kyichu. Su origen se remonta a mediados del siglo XVIII, cuando se concibió como la residencia estival de los Dalai Lamas. Su diseño fusiona fuentes, pabellones y terrazas con la arquitectura palaciega tibetana, creando un refugio de serenidad y esplendor. En su interior, el palacio del XIII Dalai Lama ofrece una visión insólita de la historia reciente del Tíbet, con una mezcla de elementos tradicionales y objetos occidentales como radiogramas de la marca Phillips y bañeras victorianas.

Al finalizar el día, regreso a Lhasa, donde la ciudad, envuelta en plegarias y luces tenues, sigue resguardando el alma de un pueblo milenario. Cena y alojamiento.

DÍA 8

LHASA

La jornada se adentra en la esencia del budismo tibetano con la visita a tres enclaves fundamentales de Lhasa, donde la fe y la tradición han perdurado a lo largo de los siglos.

A tres kilómetros del centro de la ciudad, el Monasterio de Sera se alza entre las colinas como un bastión del pensamiento filosófico budista. Fundado en 1419 por Jamchen Choje, discípulo de Tsongkhapa, es uno de los tres grandes monasterios del Tíbet, junto con Ganden y Drepung. Sus patios resuenan con los ecos de los célebres debates monásticos, donde los jóvenes lamas ponen a prueba su comprensión de las enseñanzas sagradas en intensos intercambios dialécticos, perpetuando una tradición que ha marcado la historia intelectual del budismo tibetano.

El camino continúa hasta el Templo de Jokhang, la joya espiritual de Lhasa. Construido en el siglo VII por el rey Songtsen Gampo, es el santuario más sagrado del budismo tibetano y destino final de incontables peregrinos que recorren largas distancias para postrarse ante su imagen central: una estatua de Buda Shakyamuni traída desde China por la princesa Wencheng. Su arquitectura, con influencias de la dinastía Tang, Nepal e India, refleja la riqueza cultural de la antigua Ruta de la Seda. En sus muros, los murales narran la historia de los primeros días del budismo en el Tíbet, mientras en su puerta principal aún se erige el monumento conmemorativo de la alianza entre el Tíbet y la dinastía Tang.

Rodeando el templo, el bazar de Barkhor es mucho más que un mercado: es un circuito de peregrinación, un kora sagrado que los fieles recorren en sentido horario, girando sus ruedas de oración y murmurando mantras en un ritual ininterrumpido. Entre el fervor de los devotos, los puestos exhiben tesoros de la artesanía tibetana: joyas de plata, ruedas de oración, cuchillos ornamentados y amuletos imbuidos de espiritualidad ancestral.

Al finalizar el día, la ciudad sigue vibrando con la energía de sus templos y mercados. Cena y alojamiento en Lhasa.

DÍA 9

LHASA – GYANTSE

Al amanecer, el viaje se adentra en el corazón del Tíbet, recorriendo paisajes de una belleza sobrecogedora a través de los pasos de montaña que conducen a Gyantse. A lo largo de 264 kilómetros de ruta, la travesía alcanza las orillas del lago Yamdrok Yutso, una de las tres grandes masas de agua sagradas del Tíbet. Sus aguas turquesas se extienden como un espejo entre las montañas, reverenciadas por generaciones de tibetanos como un talismán vital. Según la tradición, si algún día este lago se secara, la vida en el Tíbet llegaría a su fin, convirtiéndolo en un símbolo de supervivencia y equilibrio espiritual.

Más adelante, la silueta monumental de la Stupa Kumbum domina el horizonte de Gyantse. Su nombre, que significa lugar de cien mil imágenes, alude a las innumerables representaciones de Buda que alberga en su interior. Con 32 metros de altura y nueve niveles repletos de capillas, santuarios y chortens, esta estructura única fusiona los principios arquitectónicos del budismo tibetano con influencias de la India y Nepal. Es la pieza central del Monasterio Chode Pelkhor, un enclave histórico donde convivieron en armonía distintas escuelas del budismo, como la Gelugpa y la Sakyapa, testimonio de un tiempo en que la diversidad religiosa se convirtió en fortaleza.

Antes del final del día, el recorrido por el mercado de Huye ofrece una última inmersión en la vida cotidiana de Gyantse. Entre sus calles, los puestos exhiben textiles, incienso, artesanía tibetana y recuerdos de una tierra marcada por la espiritualidad y la resistencia.

Cena y alojamiento en Gyantse.

DÍA 10

GYANTSE - SHIGATSE

El viaje continúa hacia Shigatse, la segunda ciudad más importante del Tíbet, atravesando un paisaje de altas mesetas y valles donde la vida parece suspendida en el tiempo. A lo largo de los 90 kilómetros de recorrido, el camino sigue la huella de los antiguos viajeros que, durante siglos, han transitado estas tierras en busca de conocimiento, fe y conexión con lo sagrado.

En el corazón de la ciudad, el monasterio de Tashilunpo se alza como un símbolo de la tradición y la autoridad espiritual tibetana. Fundado en el siglo XV, su nombre, que significa Templo del auspicioso Sumeru, hace referencia a la montaña sagrada que, según la cosmología budista, se encuentra en el centro del universo. Este majestuoso complejo monástico es la sede tradicional de los Panchen Lamas, el segundo linaje espiritual más importante del budismo tibetano Gelugpa después del Dalai Lama. A lo largo de los siglos, Tashilunpo ha sido un destino de peregrinación imprescindible, atrayendo a devotos de todo el Tíbet que buscan la bendición de sus maestros y la serenidad de sus salones sagrados.

Al caer la tarde, la ciudad mantiene su ritmo pausado, entre el eco de los rezos y las sombras alargadas de las montañas que la rodean. Cena y alojamiento en Shigatse.

DÍA 11

SHIGATSE – TINGRI

El viaje prosigue a través del vasto altiplano tibetano, donde la inmensidad del paisaje se ve dominada por la silueta imponente de la cordillera del Himalaya. A lo largo de los 241 kilómetros de trayecto hacia Tingri, la ruta atraviesa un territorio donde el tiempo parece haberse detenido, marcado por la presencia de nómadas, caravanas de yaks y monasterios solitarios que resisten el paso de los siglos.

Tingri, también conocida como Viejo Tingri, es un pequeño asentamiento enclavado en la legendaria Carretera de la Amistad, a unos 190 kilómetros de la frontera con Nepal. A primera vista, la localidad se presenta como una simple calle polvorienta bordeada de casas de huéspedes, pequeños comercios y restaurantes modestos, pero su verdadera riqueza reside en el horizonte. Al sur, se despliega una panorámica que corta la respiración: la cima del Everest se alza majestuosa junto a la imponente silueta del Cho Oyu, la sexta montaña más alta del mundo. A medida que el camino avanza hacia el sur, la presencia del Cho Oyu se hace más evidente, una mole de hielo y roca que ha desafiado a generaciones de alpinistas.

Aunque Tingri es solo una escala en el camino hacia la cumbre más alta del planeta, su atmósfera austera y sus vistas inolvidables convierten esta parada en un encuentro con la inmensidad. Cena y alojamiento en Tingri.

DÍA 12

TINGRI – ZHANGMU

El viaje continúa a través de las alturas del mundo, adentrándose en la inmensidad del altiplano tibetano en dirección a Zhangmu. A lo largo de 242 kilómetros de ruta, la travesía alcanza el paso de Lalung La, a 5.050 metros sobre el nivel del mar, un punto donde la tierra y el cielo parecen fusionarse en un horizonte infinito.

Desde este mirador natural, la cordillera del Himalaya se despliega con una majestuosidad abrumadora. A lo lejos, las cumbres del Cho Oyu, con sus 8.201 metros, y el monte Xishapagma, con 8.212 metros de altitud, se alzan como colosos de hielo y roca, eclipsados solo por la inmensidad del propio Tíbet. Estas montañas, testigos de incontables expediciones, han desafiado la resistencia de quienes se aventuran a conquistarlas, proyectando sus sombras sobre un paisaje de belleza sobrecogedora.

El descenso hacia Zhangmu lleva al viajero a una geografía en transformación, donde la aridez del altiplano da paso a valles más verdes y abruptos. Al caer la noche, la frontera entre Tíbet y Nepal se acerca, marcando el final de un trayecto por una de las regiones más imponentes y espirituales del planeta. Cena y alojamiento en Zhangmu.

DÍA 13

ZHANGMU – KATHMANDÚ

El viaje emprende su tramo final, dejando atrás las alturas del Tíbet para adentrarse en los fértiles valles de Nepal. Desde Zhangmu, el trayecto desciende hasta la frontera de Kodari, un paso natural donde el altiplano tibetano cede ante los paisajes más exuberantes del Himalaya.

Tras completar los trámites fronterizos, la ruta continúa a través de un recorrido panorámico que serpentea entre colinas cubiertas de terrazas de cultivo, ríos caudalosos y aldeas donde la vida transcurre al ritmo de antiguas tradiciones. A lo largo de cuatro o cinco horas de camino, el paisaje cambia gradualmente, dejando atrás la aridez tibetana para abrazar el verdor y la calidez de Nepal.

La llegada a Katmandú marca el retorno a la capital, un crisol de culturas donde las pagodas, los templos hindúes y los monasterios budistas conviven en un laberinto de calles vibrantes de historia. Cena y alojamiento en Katmandú.

DÍA 14

KATHMANDÚ - ORIGEN

A la hora prevista, traslado al aeropuerto internacional de Katmandú, donde concluye esta travesía por las alturas sagradas del Himalaya. Con la memoria cargada de paisajes imponentes, ciudades milenarias y la huella de antiguas civilizaciones, el regreso marca el fin del viaje, pero no del impacto que estas tierras dejan en el alma de quienes las recorren. Embarque en el vuelo de regreso a la ciudad de origen.

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